Vista del Mercado Público en 1918, su estructura, antes de ser remodelado en 1971.
Dejaré descansar la frase «Cuando era chiquito», porque ya me parezco a Don Jaimito el Cartero. Mejor digamos; cuando era un protozoario humano de unos 4 años de haber nacido. A esa edad empecé a conocer el antiguo Mercado Público y desde entonces me grabé tantas imagenes y vivencias de aquel concurrido lugar del Panamá de tantas décadas pasadas.
A él se llegaba a pie desde cualquier punto del área metropolitana, más las personas que llegaban de muy lejos lo hacían en buses, los de a pie bajaban hacia el mercado por todas las calles vertientes, desde la conosidísima calle 12 bajando por la calle del Ñopo y la 13 que es la misma de Salsipuedes. Antes era normal que los panameños caminaran mucho, siempre había como entretenerse en el camino, nadie se quejaba de las distancias y lo único necesario para quien compraba en el mercado público de San Felipe era llevar a alguien de la familia para que ayudara a cargar las compras del día, y yo era uno de esos que acompañaba a mi madre y agarraba mis musculitos de tanto llevar bolsas para la casa por mucho visitar el antiguo Mercado Público.
El mercado en sus alrededores
A diferencia de Salsipuedes, donde el trato era pausado y sereno y el ambiente era sosegado, el mercado público tenía otras características muy diferentes. Al recorrerlo el alto bullicio atravesaba el aire como flechas en todas direcciones, tanto por fuera como por dentro y el trato de los vendedores era rápido, práctico y «listo, el que viene», por el acelerado ritmo del lugar. Desde las aceras del mercado explotaban las voces de los campesinos que apostados y sentados sobre cajas ponían en subasta la venta de sus plátanos, yucas, naranjas, sandías, papayas, pipas y pifaes, mientras que en la esquina del Banco Nacional, se desplegaban los tableros de lotería que las billeteras desmontaban para vender sus números.
No tengo visa para comprar imagenes, borren la marca de agua con sus poderes mentales, gracias.
El mercado de mi infancia era muy diferente al que veo en fotos de principio del siglo XX, en aquellos días no existía la constante actividad de camiones que llegaban y se apostaban a lo largo y ancho bajo el techado del mercado para descargar sus mercancías y partir rápidamente para dejar espacio a otros más, llenando así las aceras de vegetales y frutas provenientes de todas las provincias centrales incluyendo Darién y Chiriquí.
El interior del mercado
A borde de acera estaba el techado exterior, pero desde su borde interior se repetían filas de pequeños quioscos de metal. Dentro de esos quioscos, enjaulados tras mallas de metal se encontraban diferentes comerciantes que vendían granos, machetes, jugos, batidos, pasquines de Aniceto, Condorito, Hermelinda, fotonovelas y hasta abanicos de pie. Incluso adentro había un minisuper chino como último cambio sufrido por el mercado antes de desaparecer.
Foto al parecer de los años 30’s, que nos dice que tan inmenso era el mercado por dentro. Véanse las grandes mesas de cemento que muchos años más tarde, para su salubridad se cubrieron con mosaicos blancos.
Los quioscos que mencionamos incluían un segundo piso de quioscos sobre sí mismos a los que se subía por escaleras metálicas. Todas estas estructuras estaban pintadas de rojo y ocupaban 1/4 del área total del mercado y colindando interiormente con el amplio mercado, dedicado a las carnes, aves y mariscos.
Dentro, ya en el área de carnes el bullicio era duplicado por un infernal eco, los golpes de hacha, de machetes, de cuchillos cerniéndose sobre las carnes de reses, pollos y pescados gritaban en cada esquina. Siempre presente estaba el fuerte olor a entrañas de pescado. Mismos peces que eran sustraídos del litoral atlántico y traídos de los botes y barcos medianos que regresaban de zarpar siempre antes del amanecer trayendo sierras, pargos, pulpos, camarones y cangrejos. El piso, constantemente mojado y entintado en aquella sangre marina, era lavado por sendas mangueras en las manos de los aseadores que constantemente hacían desaparecer la sangre por los orificios del drenaje sobre un piso repleto de unos mosaicos pequeños y hexagonales que se desprendían de su sitio por el alto tráfico humano.
Algo así, pero bien destruído.
El Muelle Fiscal
Al costado del mercado quedaba el Muelle Fiscal construído oficialmente en 1935, aunque estaba activo desde 1902, y al que llegaban las naves desde diferentes puntos del país.
En el costado derecho del muelle encallaban las lanchas y barcos para reparaciones, tambien era el área para el desembarco de personas provenientes de la isla de San Miguel, Taboga e islas colindantes. Ahí los botes más pequeños llegaban a tus pies. Era una orilla oscura y deprimente. El agua de mar siempre estaba oscurecida por un verde olivo y el olor era putrefacto. El tinte del aceite de los motores fuera de borda pintaba las orillas y las piedras en un negro brilloso cual derrame de crudo a lo Exxon Valdés.
Tambien era el área exclusiva de estacionamiento para los camiones en reposo, que sus conductores cuidaban celosamente de cualquier particular que quisiera usarlos en las horas de la tarde aún por un par de minutos. Incluso habían bien cuida’os que te buscaban espacios vacíos y si desesperadamente lo necesitabas te cobraban hasta un peso, por lo que el chifeo era sólo pasar y dar vueltas para encontrar un espacio vacío y sin bien cuida’os.
Los tanques de basura ocupaban el final del estacionamiento, espacio dominado por dos especies de aves, los gallotes y los cuacos (pelícanos) y alguno que otro talingo. En ese lugar hoy día se encuentra el lounge Capital Bistro.
En 1985 las actividades de pesca del muelle se trasladaron oficialmente a Puerto Armuelles, lo que decreció el empuje comercial que procuraban barcos mayores. Al desmantelarse el Muelle, junto a la demolición del mercado Público en 2006 los trabajadores, en su mayoría provenientes de Darién y del golfo de Panamá creían que quedarían a merced del destino, porque la Alcaldía no les había dado respuestas para su actividad. Pero el Muelle fiscal sobrevivió y se reconstruyó junto al Mercado del Marisco, ahora hogar permanente de estos anteriores pescadores del mercado público y del terraplén.
El Mercado Público, del costado izquierdo
Nos movemos arbitrariamente a la izquierda del mercado, del lado del Banco Nacional. Detrás del banco emerge otro área de actividad que hizo al mercado un lugar lleno de autenticidad. Aquí se encontraba el famoso restaurante El Melchi, donde comía absolutamente todo el mundo, era el único restaurante del lugar. Emparedados de huevo, jamón, bistec, sancochos, comidas completas de ropa vieja, bistec picado, en cinta completaban el interminable tablero del menú; por fortuna existían las papas fritas naturales. Al lado del restaurante había un negocio de venta de sillas de montar, sombreros típicos, estufas, ropa de faena, cutarras, equipo para el campo y a las faldas de sus aceras la venta de muchas frutas. Aquí cortamos con navaja para narrarles como era el modus vivendus del próximo área, el terraplén.
El terraplén
El terraplén era un conjunto de casetas parecidas a las de Salsipuedes, pero que vendía víveres del mar. El conjunto de casetas hechas en su mayoría de madera parecían un indefinido ferrocarril apostado sin destino sobre la larga acera del malecón del terraplén. La voluntad y adaptación tanto de compradores como de vendedores a ese estilo de comercio eran de complicidad especial, aquí se vendía al detal tanto productos frescos del mar como productos originarios de las provincias centrales, el área de casetas era compartida por pescadores y por campesinos, entre ellos isleños de nuestro archipiélago de las perlas en conjunto con santeños y coclesanos. Los coclesanos y veraguenses ocupaban el primer tramo del terraplén, el más cercano al Mercado Público, ellos vendían, pollos, iguanas a escondidas, tortugas, pericos en sus jaulas y uno que otro monito Tití, aquí tambien se compraban las jaulas de Bambú, muy decorativas y hogares obligatorios para nas pequeñas y frágiles aves llamadas «pechiamarillas».
El terraplén en los años 40. Era un área de desembarco, donde se subía el fruto de las pescas artesanales para ser vendidas en el Mercado Público. Nótese que aún no existían las casetas del terraplén.
Luego de la venta de aves venía el área de venta de pescados y mariscos, entre ellos camarones, langostinos y uno que otro tiburón pasado por filete de corvina. El ambiente era muy insalubre, moscas por doquier, el hielo, el agua corriendo por todas partes, incluso los vendedores lavaban el pescado del momento con el agua sucia incrustada en las aceras. Caminar hacia el borde del malecón y pararse en las escaleras que bajaban hacia el mar y observar como el agua verdosa se arremolinaba y mordía el nacimiento de las escaleras de cemento tragándose totalmente hasta 6 escalones a ratos producía un indescriptible hipnotismo, sólo interrumpido por el fuerte olor a pescado descompuesto. Bajar por esas escaleras en noches de marea seca nos hacía ver el reverso de aquellas casetas encontrándonos con otro espectáculo fuera de toda lógica. Varias casetas de madera tenían la mitad de su volúmen colgando del precipicio, pareciendo popas (colas) de barcos piratas, como arrepisadas y sujetadas por el aire y unos contados tablones que verticalmente acuñaban su peso. Dentro dormían cada noche los dueños de las casetas al sonido de las calmantes olas del mar, colgando de hamacas o adecuando un colchón al espacio, mientras activaban sus radiecitos a pilas.
El terraplén terminaba en su extremo en el Puerto Balboa, muelle en donde llegaban las cargas mayores de mariscos y que tenían cuartos de congelación para conservarlos y que hoy ha sido reformado y rehabilitado para el uso del Mercado del Marisco.
Más historias del Mercado Público
Cuenta que lo Construyó Don Belisario Porras entre 1912 y 1016, o sea que su planificación fue tan buena que incluso antes de su demolición en 2006 por el alcalde Navarro seguía supliendo a muchos comerciantes y personas al por menor. En aquellos primeros años de república de los milnovescientos la congruencia de compradores al mercado era local, las personas salían de sus casas hacia el mercado para comprar víveres frescos, a pie como decíamos mientras desde otras provincias la gente llegaba absolutamente en barcos hacia el muelle fiscal, porque aún no existía el puente de Las Américas. El interior del mercado vendía exclusivamente aves, carnes y mariscos, pero al llegar el gobierno del General Omar Torrijos Herrera se le creó el segundo piso ampliándose la venta a legumbres frutas y granos, cesando con este cambio en 1971 sus tantas remodelaciones.
Evolución de los carretilleros. Como mencionamos, al inicio no existían muchos autos y la gente mayormente lo recorría a pie, de ahí surgieron los carretilleros, que con sus aparatos de tres ruedas te cargaban quintales pesados de cualquier clase. Después debido al crecimiento de la ciudad que se dio en los ochentas el mercado se hacía cada vez más confuso y se transitaba con más dificultad, habían más autos y los carretilleros tuvieron que cambiar a un modelo más compacto de carretilla, la carretilla vertical.
La muerte del Mercado Público
En mayo de 2004 se inició la remodelación del Mercado heredero de las actividades del Mercado Público, el mercado San Felipe Neri, por 20 millones de Balboas, por el consorcio Yorteco. Mmm…20 millones.
La desaparición, culminando en demolición del mercado público en 2006 costó 83,000 balboas, y se dió por efecto de muchas causas, todas a partir del modernismo de la ciudad. Las actividades del agro y los víveres que se daban bajo el techo de un solo mercado se separaron. El mercado de Abastos, o el Mercado central del Agro suplantó al Mercado Público estructurándose en el área de Curundu, mientras que el Mercado del Marisco se quedó en el área supliendo la venta de productos marinos. Al darse la expansión feroz de las cadenas de supermercados como El Rey, el 99, el Xtra y la constante construcción de Malls se hizo imperceptible para el público la defunción del histórico mercado. Así se demolieron décadas de historia de un Mercado que a sus pies presenció las batallas y revueltas de la guerra de los mil días.
En un esfuerzo por conservar algo del aire del mercado antiguo el Alcalde Juan Carlos Navarro en su gestión ideó restaurar el abandonado edificio de Aduanas en San Felipe y crear el Mercado Público San Felipe Neri en 2004, como un mercado alterno que emulara las actividades del desaparecido Mercado Público.
Así se dio la historia de aquel mercado público que fue el impulsor de la economía nacional sumando en su vida casi un siglo de historia tambien patria. Hoy en sus terrenos reposa la Plaza V Centenario, lugar de intercambios culturales, actividades artesanales al aire libre y área de recreo ocasional para todo el que desée contemplar un Panamá nuevo, bajo cuyo subsuelo reposa la historia pura y real de los acontecimientos y vida que hicieron al Panamá de hoy. ¡Chao Gente!
Ayer guerras, movimientos independentistas y reyertas, hoy cultura, sociedad y comercio lúdico.
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